La Mercantilización del Estado Salvadoreño

Originalmente publicado en El Diario de Hoy, 24 de febrero 2014

La retórica ideológica y electoral nos confunde y es necesario tomar un paso atrás y analizar bien las cosas. La amenaza que enfrentamos no es solo una, no proviene solamente de un lado, no viste solamente un color. Ni izquierda ni derecha es libre de pecado. Ni izquierda ni derecha es paladín de verdad y justicia. El mal que enfrentamos viste de muchos colores, y la solución se esconde en diversas esquinas. Hay que desnudar a los reyes, pasados y presentes, para entender como nos han mentido, como nos han confundido, como nos hemos dejado engañar.

Los llamados “neo-liberales” y los “neo-socialistas” (Socialismo del Siglo XXI) son en realidad primos muy cercanos. Primos enemistados sin duda, pero de la misma sangre. No son estos ni liberales ni socialistas realmente. Se visten de trapos ideológicos, pero se depuran completamente de principios. Lo único que representan es la búsqueda del poder político con el fin de avanzar sus intereses económicos.

El lenguaje político-ideológico está plagado de falsedades conceptuales utilizadas para manipular las mentes y las emociones del electorado. Falsedades que promueven una  cultura de miedo que beneficia únicamente a las cúpulas partidarias que buscan permanentemente mantener el control de sus estructuras de poder. Las amenazas constantes del comunismo por un lado, y de la privatización y el capitalismo salvaje por el otro, son las banderas mediante las cuales las argollas de poder extorsionan emocionalmente a la ciudadanía.

Realmente existen dos tendencias políticas que trascienden el espectro izquierda-derecha que conocemos. De un lado están los auténticos reformadores que buscan la modernización del estado y la economía en la construcción de una gran sociedad, abierta e inclusiva. Pensadores críticos e independientes que creen en la transparencia, la institucionalidad y el progreso. De estos reformadores existen liberales y social-demócratas, con diferencias en la forma más efectiva de hacer cumplir su visión, pero con mucho más en común de lo que los distancia.

Por el otro lado existen los mercantilistas. Aquellos despojados de principios reales, muy hábiles a la hora de vestirse con ropajes retóricos e ideológicos y frecuentemente excelentes demagogos. Estos son aquellos que buscan utilizar el poder para beneficiar intereses de grupo. Buscan coaptar al Estado para hacer uso discrecional del poder y así controlar los recursos económicos de la nación

En los gobiernos de las décadas anteriores existieron tanto auténticos reformadores liberales, como descarados y aprovechados mercantilistas. Lastimosamente fueron más hábiles los mercantilistas en falsamente vestirse de los principios que los reformadores buscaban avanzar, que los reformadores en distanciarse y denunciar a los mercantilistas.

La cultura de miedo político en la que nos hemos desarrollado llevó a los reformadores a la errónea conclusión de que era mejor tolerar los abusos de los mercantilistas que entregar el poder a la izquierda. Ese fue su pecado original mediante el cual los nuevos mercaderes del poder han logrado desacreditar sus genuinos logros.

Así mismo, la izquierda de hoy está conformada tanto por auténticos reformadores social-demócratas, como descarados y aprovechados mercantilistas. Lastimosamente la historia tiende a repetirse, y están siendo más hábiles los nuevos mercantilistas de la izquierda en vestirse falsamente de las intenciones de reforma de los social-demócratas, que los social-demócratas están siendo en distanciarse y denunciar las verdaderas intenciones de estos mercantilistas.

Así como existió en el pasado mediante otras estructuras, hoy ALBA es la principal fachada del mercantilismo de los neo-socialistas. Es tan intolerable el uso discrecional del poder de los nuevos mercantilistas de la izquierda como los abusos de poder que tanto critica la izquierda de los mercantilistas del pasado. Para ambos el Estado es una herramienta mercantil. Son enemigos frontales de la transparencia y la institucionalidad, pues es el uso discrecional y oscuro del poder que les permite lograr sus verdaderos objetivos.

Si queremos que nuestra nación tenga futuro, que la erradicación de la pobreza pueda ser una oportunidad real y que las futuras generaciones hereden un mejor país, aquellos que creemos en la transparencia, en la institucionalidad, en la honradez y en la justicia debemos ser más efectivos en señalar los abusos del poder de viejos y nuevos mercantilistas. Debemos saber señalar no a aquellos del otro lado del espectro político, sino a aquellos que pretender estar de nuestro lado y que abusan de nuestros principios para lavarse la cara y buscar sus huesos.

La ciudadanía demanda honestidad, trasparencia y justicia. Debemos ser paladines de estas, o de lo contrario permaneceremos espectadores pasivos ante este masivo naufragio.

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