Originalmente publicado en elblog.com, jueves 5 de septiembre, 2013
Dicen que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. Algo muy malo tenemos que haber hecho entonces para merecer lo que nos ha tocado. Pero aun no es demasiado tarde para cambiar las cosas, aunque ese punto sin retorno se nos avecina.
Logrando el consenso
El ser humano es el único ser capaz de cambiar su realidad conscientemente. Pero para lograrlo debe llegar a un punto de reflexión, darse cuenta que las cosas van en la dirección incorrecta, y hacer un esfuerzo honesto y consistente por cambiar las cosas. Eso es lo que debemos hacer nosotros como sociedad si deseamos que nuestro país pueda tener futuro alguno.
Creo honestamente que una mayoría de ciudadanos podemos alcanzar un consenso necesario, que trascienda líneas partidarias e ideológicas, sobre las reformas base necesarias para crear un cambio fundamental en la forma que se gobierna nuestro país. Más allá de fanatismos partidarios y redes clientelistas, la mayoría de ciudadanos tenemos muy claro que las cosas están mal, y que así como van, van a peor.
Debemos darnos cuenta también que la verdadera solución a esta situación no está en quién nos gobierna, sino en la forma en que se le permita gobernar. Es decir, como se le limita el uso del poder al gobernante para prevenir que abuse de él y como se le obliga a rendir cuentas ante la ciudadanía. Esto no se logra confiando en promesas electorales. Tampoco se logra simplemente acudiendo a votar. Para que sea así, es necesario contar con una sólida institucionalidad que sea inclusiva, abierta y pluralista.
Claro está que la institucionalidad en nuestro país está enfrentando una ofensiva política. Aquellos que se han acomodado en el poder y que prefirieran no ser limitados en su capacidad de abusar de él están maniobrando por hacer irrelevantes las instituciones que los obligarían a rendir cuentas. Buscan imponer sus voluntades sobre la ley y sobre los derechos ciudadanos. Han avanzado mucho en este propósito, pero aún no lo han logrado del todo. Es necesario que logremos definir y acordar la forma más efectiva de frenar y revertir este proceso.
Definiendo la vía
Habiendo logrado el consenso necesario sobre los cambios que se necesitan y la forma en que se debe gobernar, debemos identificar la vía más efectiva para lograrlo. Hay dos vías, igualmente válidas, que se pueden considerar. No son mutuamente excluyentes, pero ante tiempo y recursos limitados, es importante definir la más efectiva, segura y permanente.
La vía tradicional es la de la política partidaria. Los partidos políticos son una parte esencial de nuestro sistema democrático, pero en nuestro país han faltado las reformas políticas y electorales para asegurar que los partidos políticos sirvan como elementos de organización social para que los mejores ciudadanos gobiernen, y no como herramientas para que grupos de poder accedan al aparato estatal para lograr sus propios objetivos.
Es por esta razón que hasta el momento la opción política nos ha fallado. La democracia ha generado competencia entre grupos de poder y ha posibilitado la alternancia y la transición política pacífica, pero no nos ha asegurado que las maquinarias políticas respondan a los intereses y necesidades de la ciudadanía. Mientras no se aseguren las reformas que obliguen a una verdadera y efectiva rendición de cuentas, las promesas electorales quedarán simplemente en promesas.
La segunda es la opción ciudadana. Es verdad que tradicionalmente la sociedad salvadoreña no ha estado bien organizada ni ha sido muy efectiva en empujar una agenda ciudadana, pero también es verdad que en los momentos que los políticos sí han sido frenados en sus intenciones de violentar la institucionalidad, casos como el decreto 743 y el voto por rostro, ha sido la presión ciudadana la que los ha obligado a tomar paso atrás. Si bien el concepto de una ciudadanía activa y organizada puede parecerles a algunos una idea muy abstracta y difícil de lograr, estos casos no solo muestran que sí es posible lograrlo, sino también que puede ser mucho más efectiva en lograr los cambios que buscamos que la confianza en las promesas electorales de algunos candidatos.
Está muy claro que hace falta mucho para que la ciudadanía se vuelva ese actor político decisivo que necesitamos, pero igualmente claro debería estar que es de suma importancia que esto suceda. Los políticos, por su cuenta, no promoverán los cambios necesarios si no son obligados a hacerlo. Hasta aquellos que intentan llegar a la política desde fuera, con una mentalidad reformista y ciudadana, o enfrentan barreras imposibles de superar o se dejan tentar por los dulces del poder. Debe ser desde afuera que se obligue a cambiar. De no ser así, estamos a poco de condenarnos nosotros mismos a un total desplome productivo y social.
Como lograrlo
Cómo fomentar esta opción ciudadana es la gran pregunta, y definitivamente no es tarea fácil. Primero, empieza con el compromiso personal. Como dicen, todo pueblo tiene los gobernantes que se merece. Si como individuos no asumimos un rol de activismo ciudadano, estamos renunciando en nombre de todos al futuro del país. Debemos convertirnos como individuos en comunicadores. Para proteger la libertad de expresión hay que hacer uso de ella. Esto implica saber decir aquello que pueda resultar incómodo e inconveniente para los que están en el poder.
Segundo, debemos asumir nosotros, y promover en otros, un rol de liderazgo. Debemos dejar de bajar la cabeza ante los liderazgos tradicionales y los esquemas de poder político. Debemos renunciar esa cultura de actitud pasiva que nos lleva a admirar y seguir a liderazgos caudillistas. Debemos dejar de buscar seguir al “jefe” y promover una cultura de liderazgo disperso. Si seguimos esperando que alguien más se encargue de las cosas, esas cosas nunca pasarán. Si quieres lograr algo, lo debes lograr tú mismo, buscando trabajar de la mano con otros que al igual que ti están listos a dejar atrás la vieja forma de hacer las cosas.
Por último hay que entender que el poder ciudadano no se estructura como el poder político. No es de la cabeza a los pies, donde una cúpula puede planificar y decidir lo que se desea lograr. El poder ciudadano crece de los pies a la cabeza, en un proceso de decisión disperso, que empieza con la voluntad y la convicción individual de cada uno de nosotros, y cobra fuerza dependiendo del compromiso que logremos promover en aquellos que nos rodean. Es posible. También es difícil, pero es necesario. Y empieza con tú decisión personal de participar en el proceso.
Efectivamente cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Como pueblo debemos de pedirle a la Fiscalia General de la Republica una anulacion del finiquito que se le dio al Sr. A. Saca para poder dilucidar el problema de la Diegode Olguin.
SI GRITAMOS ATODO PULMON QUE TENEMOS LAS MANOS LIMPIAS, HOY ES EL MOMENTO DE DEMOSTRARLO.