La necesidad más básica del ser humano es encontrar su propósito en este mundo y tener una visión de qué puede lograr en él. Una persona puede estar dispuesta hasta a morir de hambre si abraza la convicción que está cumpliendo un propósito más grande. Igualmente, alguien puede tenerlo todo y al mismo tiempo estar dispuesto a quitarse la vida por el hecho de no encontrar un propósito trascendental para esta.
Equivocadamente hemos tenido la creencia por demasiado tiempo que la razón, fría y objetiva, es lo que motiva al ser humano en sus acciones. La razón es un apoyo, una justificación a nuestras decisiones, pero la gasolina que enciende el fuego a nuestras acciones es la inspiración.
La inspiración es confusa y desordenada. Muchas veces la inspiración nos lleva a actuar de formas que otros consideran incomprensibles. Pero también fuera un error considerar estos comportamientos irracionales. No hay nada peor y más indignante que alguien te acuse de irracional cuando estás actuando desde lo más profundo de una convicción. El problema es que como seres humanos tenemos la mala maña de querer pretender dictar a lo que otros individuos deberían aspirar, y en el proceso muchas veces perdemos de vista la búsqueda del propósito de nuestras propias vidas.
Toda la comunicación, sea publicitaria, política, periodística, etc, contiene códigos y mensajes que de forma consiente o subconsciente los individuos utilizan para tejer una narrativa coherente de sí mismos y de su mundo. Esta no es una visión racional y objetiva de la realidad. Solo Dios cuenta con la omnipotencia requerida para percibir la realidad objetiva. Los simples mortales nos tenemos que conformar con hacer sentido del mundo de una forma muy personal, emocional y sobre todo, subjetiva.
Lo bueno es que no necesitamos ser dueños de una verdad absoluta. No es necesario que siempre sepamos tomar las mejores decisiones. No es necesario convertir nuestras vidas en fríos cálculos económicos. Lo que sí necesitamos, más aun que pan y agua, es inspiración. Así como se dice que la mente ociosa es el taller del diablo, un alma desinspirada se vuelve fácil presa del mal.
Como comunicadores, hasta aquellos que somos publicistas, nuestro rol, nuestro propósito, debe ser inspirar a las personas. Ayudarles a hacer sentido de sus vidas y aspirar a construir grandes cosas. Hay quienes me dicen que esto es irrelevante en la publicidad. Que lo que la publicidad debe lograr es vender efectivamente el producto o servicio de sus clientes, sin tener consideraciones sobre objetivos más grandes que estos.
Yo a esto respondo que los productos y los servicios son sustituibles. Que en el mercado moderno, de tecnologías baratas, distancias acortadas, e información accesible a todos, nadie logra mantener ventajas competitivas por mucho tiempo. Que en esta época de crisis sostenida, el consumidor ya no busca lo mejor, busca para lo que le rinde, y lo busca en oferta. Para que una marca sea exitosa ante estas nuevas realidades, para que no solo sobreviva, sino prospere, necesita construir vínculos emocionales con los consumidores, y no hay vínculo más poderos que compartir un propósito con alguien e inspirarlos a actuar para cumplirlo.