Construyamos una sociedad de emprendedores.

Todos, la humanidad en general, y cada uno de nosotros, cometemos el grave error de asumir que el progreso es un constante inevitable. No lo es. El progreso, en todo rubro, es el resultado de la pasión, el esfuerzo y el sacrificio de unos pocos individuos, que se atreven a retar al mundo que los rodea, y que en el proceso logran inspirar al resto de la sociedad a ver la realidad desde nuevas perspectivas y vivir de una forma diferente.

Así como el progreso no es ni inevitable ni constante, tampoco es el resultado de la planificación y el derrocho de un gobierno o grupo de gobernantes. No hay nada más estático, cerrado y retrógrada que las infladas burocracias estatales a cuales se les inyectan fondos extraídos de la ciudadanía para cumplir grandiosos y revolucionarios objetivos, que la historia nos ha demostrado una y otra y otra y otra vez, que al fin de cuentas, nunca se logran.

El progreso es el resultado de la pasión, el esfuerzo y el sacrificio de los emprendedores. Pero no nos equivoquemos, el emprendimiento no es la característica definitiva de los grandes empresarios. Por el contrario, el empresario muchas veces con su éxito se vuelve conservador. Pierde la pasión por lo nuevo, la emoción de lo riesgoso, el atrevimiento del pensamiento independiente y único, y el idealismo de construir un mundo diferente. Son pocos, especialmente en nuestras latitudes, a los cuales el dinero no los ha robado de esta pasión.

Nuestro país ha perdido su ímpetu de progreso. Se encuentra en franco retroceso. Pero no hemos logrado diagnosticar acertádamente su aflicción, y muchos menos hemos sabido recetar la cura correcta. No hay programa social ni incentivo industrial ni reforma financiera, política o de seguridad que logrará cambiar el rumbo de las cosas. Sin un espíritu emprendedor, nuestra sociedad no sobrevivirá. Lastimosamente nuestra sociedad no está estructurada para incentivar este espíritu. Se denigra al diferente, se le teme a lo nuevo, se esconde lo curioso, se busca moldear a lo que rompe expectativas. Se inhibe ver el mundo a través de nuevos ojos por el temor a que los verdaderamente revolucionarios de corazón desmonten de sus tronos a aquellos que con el tiempo perdieron la pasión.

Si queremos tener futuro como país, si queremos trascender como sociedad, tenemos que aprender a ser diferentes. Tenemos que aprender a celebrar lo nuevo. Tenemos que recuperar la sed por construir, por crear lo inesperado, por traer al mundo algo que lo sorprenda. Tenemos que aprender a reconocer y promover a esos individuos que se atreven a retar nuestras expectativas, a jugar con lo  insólito y a arriesgarlo todo por una convicción. Tenemos que construir una sociedad de emprendedores.

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