¿Por qué no progresa El Salvador?
En El Salvador nada cambiará hasta que los ciudadanos dejemos de servir de títeres a las élites políticas que luchan por mantener su poder. Somos los ciudadanos quienes hemos aceptado ser parte de este juego.
En El Salvador nada cambiará hasta que los ciudadanos dejemos de servir de títeres a las élites políticas que luchan por mantener su poder. Somos los ciudadanos quienes hemos aceptado ser parte de este juego.
Somos idealistas y optimistas, a veces poco pragmáticos, y rara vez muy populares. Pero no buscamos ganar concursos de belleza. Creemos en un mejor mundo, y sentimos que tenemos la responsabilidad de transformar la realidad que nos rodea.
En nuestro país, hemos abrazado nuestras ideologías como dogmas políticos, en vez de como guías que nos permitan explorar y buscar soluciones para las necesidades reales del mundo moderno.
El clientelismo y la corrupción son facetas que crecen de la cultura de privilegios. Son la herramienta del Estado en función de unos pocos. La idea de que hay quienes están sobre la ley, y que de esta forma pueden utilizarla a su conveniencia y para su beneficio, sin consecuencias. Esta visión corrupta del poder se ha ampliado, pero no es nueva.
La historia nos ofrece amplia evidencia que cuando, en nombre de los derechos del pueblo, un gobierno se emprende en el desmantelamiento de la infraestructura institucional sobre la cual se edifican los derechos políticos de la ciudadanía, dicha nación se aventura inevitablemente en el rumbo a la tiranía.
La verdadera guerra psicológica es la que el mismo Presidente está iniciando contra los medios de comunicación al amenazarlos con quitarles sus concesiones. Este tipo de actitudes y declaraciones de parte de un mandatario son absolutamente inaceptables y no tienen lugar en una sociedad libre y democrática.
El proceso de renovación debe continuar. A penas toma sus primeros pasos, pero en esta elección ha dejado resultados claros. Quienes quieran un futuro político, deben abrazar y promover este proceso, que reitero, no se trata solo de caras nuevas, ni siquiera solo de ideas nuevas, sino de la institucionalización de procesos de relevo y de la transferencia de conocimiento y experiencia a los nuevos actores.
Cuando las instituciones fallan, los actores políticos y sociales deben mostrar prudencia y voluntad. Solo así se reconstruye la capacidad institucional y la confianza ciudadana. Pero esta no es obra unilateral. Depende de la capacidad de construir visiones compartidas y trabajar juntos para solventar las situaciones. Es así que vemos hoy como se ha construido un consenso entre diversos sectores sobre la necesidad de establecer un mecanismo para esclarecer la voluntad popular en el caso de aquellas actas con claras inconsistencias.
Defendamos la voluntad popular. Hagamos lo necesario para defender los votos de todos los salvadoreños y recuperemos así la confianza en nuestro sistema electoral para poder avanzar en el fortalecimiento de nuestra democracia.
Reflexionando sobre la guerra, siento que la lección más importante no la aprendimos. En la política pueden haber adversarios, pero nunca enemigos. Al final debemos ser todos hermanos. Al final todos queremos y merecemos lo mismo, una vida digna y la oportunidad de salir adelante. Aquellos que promueven el odio, lo hacen por beneficio propio, no porque exista verdad detrás del conflicto que incitan.