No Avanzaremos Sin Reformas Políticas

Es común que nos refiramos al Estado, al Gobierno, a la sociedad, etc., cómo entidades con voluntades y comportamientos propios, pero nunca debemos olvidar que su existencia es solamente conceptual, y que sus actividades están compuestas por las decisiones y los comportamientos de individuos reales.

Los funcionarios públicos no experimentan ninguna transformación al ser electos, y por lo tanto, no podemos esperar que el Estado tome las decisiones correctas, o que inclusive actúe moralmente, si los funcionarios electos no son personas honestas, transparentes y muy capaces.

Cuando hablamos de las funciones que debe cumplir el Estado, de los planes que debe ejecutar un Gobierno, de las medidas que debe aprobar la Asamblea, y de los controles que deben ejercer varias otras instituciones públicas, pareciera que consideramos que  los funcionarios a cargo que estas responsabilidades son infalibles, ya que estamos dispuestos a depositar grandes cuotas de poder en sus manos. Pero la realidad es otra. Debemos darnos cuentas que los incentivos del poder en los procesos políticos con demasiada frecuencia atrae a personajes con intereses ajenos a los de la ciudadanía.

Por esta razón es que el liberalismo pone tanto énfasis en la importancia de los límites al poder. El pensamiento liberal es idealista en sus aspiraciones para el futuro de la humanidad, pero es realista en entender que el poder lo ejercen seres humanos, falibles, con las mismas deficiencias que tenemos todos, con susceptibilidades a los cantos de sirenas de los grupos de interés y con incentivos poderosos hacia el secretismo y el aprovechamiento. Requiere una persona con fuerte voluntad, con principios sólidos y con valores inamovibles para enfrentarse a las tentaciones del poder y no caer ante ellas.

La realidad es que nuestro sistema político-electoral actual no nos ha dirigido en esta dirección. Todos sabemos que nuestras instituciones públicas han sido hogar de demasiadas personas con intereses oscuros, que han utilizado el poder que la ciudadanía les ha confiado para beneficiarse a sí mismos y a sus allegados.

Para cambiar esta realidad no es suficiente que los ciudadanos lo deseemos o que esperemos las siguientes elecciones cruzando los dedos que esta vez sí contemos con “buenos” candidatos. Si bien son los ciudadanos quienes eligen a sus representantes mediante el voto, los sistemas políticos y electorales integran incentivos que influyen finalmente sobre quienes son electos y cómo se comportan una vez en sus cargos.

Desde los procesos mediante los cuales los partidos políticos eligen a sus candidatos, los controles que ejerce la autoridad electoral sobre las campañas electorales, la forma que se le presentan los candidatos a los ciudadanos y en la cual estos votan, la estructura de representación establecida mediante las instituciones en las cuales los funcionarios fungen, hasta los diferentes controles institucionales establecidos por el sistema legal y constitucional.

Todos estos pasos influyen sobre los resultados. Si los resultados que estamos obteniendo no son los que deseamos, no basta con desear mejores resultados para cambiarlos. Necesitamos reformas políticas robustas a los diferentes elementos y pasos mencionados. De lo contrario solo tendremos más de lo mismo.

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