Ser revolucionario implica promover transformaciones radicales con respecto al pasado y a un orden establecido. Implica promover cambios trascendentales en la forma en que vemos el mundo que nos rodea y en cómo este funciona. Implica liderar un movimiento irreversible que irrumpe el status quo, destruye esquemas establecidos y renueva la fe en el futuro. El verdadero revolucionario no es aquel que se llena la boca de críticas, acusaciones y resentimientos. El verdadero revolucionario es el iconoclasta que hace lo que otros no estuvieron dispuestos a hacer y construye lo que muchos ni se imaginaron.
Apegarse a dogmas de guerra fría no tiene nada de revolucionario. Apegarse a ideologías del pasado no tiene nada de revolucionario. Promover conflicto y resentimiento no tiene nada de revolucionario. Revolucionario será trascender la dinámica política del presente y ver hacia el futuro. Revolucionario será romper las barreras ideológicas y construir nuevas visiones independientes de los conflictos que nos han dividido. Revolucionario será sumergirse en la política para cambiarla desde adentro, no con críticas y acusaciones, sino con trabajo, sacrificio, y ante todo, con el ejemplo de un liderazgo diferente.
La lucha de hoy no debe ser violenta. Tampoco es política. Es una lucha de genuina influencia. Es una lucha tecnológica. Es una lucha de ideas. En nuestras manos está la capacidad de formar nuevas opiniones. De crear nuevas visiones. De comunicarlas más efectivamente. El poder transformativo no está ya en las armas, ni en las leyes, sino en las herramientas de la influencia y la comunicación. La tecnología es el arma de hoy, y nuestras ideas la munición.
Si seguimos queriendo avanzar con nuestra vista hacia atrás, es inevitable que sigamos tropezando. El futuro no se construye con los planos del pasado. Los problemas de hoy nunca se solucionarán con las respuestas de ayer. Es fácil decirlo, pero si nosotros mismos no mostramos la voluntad de trabajar y construir esa nueva visión, nadie más lo hará, y nos quedaremos atascados en el limbo que estamos viviendo hoy.
Solo los jóvenes, con las angustias existenciales que dan fuego a nuestra rebeldía, podemos ser catalizadores de las transformaciones que necesitamos. Muy cómodos hemos sido. Demasiado nos ha costado entender y asumir nuestra responsabilidad. Seamos una juventud revolucionaria, porque ese es el rol histórico que nos toca. No le demos la espalda al futuro que debemos construir. El poder corrompe solo mientras lo sigamos venerando. El poder existe solo mientras le sigamos temiendo. En nuestras manos está demostrar que con las ideas, la pasión y la perseverancia si se puede transformar el mundo.
Nos acusarán de idealistas, inclusive de ingenuos, pero como nos decía Gandhi: primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas.
Escelente artículo! Es lo que necesitamos en El Salvador?